
La cerveza se la beben otros. Tú quédate con el contrato.
Hay gente que piensa que para ganar dinero con el alquiler hay que especular. Comprar barato, reformar rápido y vender caro antes de que explote la burbuja.
Esos son los impacientes.
Luego están los que saben leer. Y, sobre todo, los que saben firmar. Arthur Guinness era de los segundos.
Estamos en Dublín. Año 1759.
Arthur tiene 34 años y un problema: quiere hacer cerveza, pero no tiene sitio. Encuentra una fábrica abandonada en St. James’s Gate.
El sitio es un desastre.
Equipamiento oxidado, muros que se caen a pedazos y un propietario, Mark Rainsford, que está harto de perder dinero con ese terreno. Rainsford quiere alquilarlo y olvidarse del problema.
Arthur le dice que vale. Que se lo alquila. Pero que él pone las condiciones.
Y aquí es donde la mayoría de la gente se pone nerviosa.
La mayoría de la gente, cuando tiene al dueño delante, se hace pequeña. Acepta la subida del IPC, acepta los dos meses de fianza y acepta que si se rompe la lavadora, la paga él.
Arthur no.
Arthur redactó un contrato que, visto hoy, parece un atraco a mano armada. Pero fue legal. Totalmente legal.
Acordó alquilar cuatro acres de terreno (unos 16.000 metros cuadrados), con acceso a agua, tuberías y establos.
¿El precio? 45 libras al año.
¿La duración?
Agárrate, porque aquí viene lo bueno.
No firmó por 5 años. Ni por 10. Ni por 50.
Arthur Guinness firmó un contrato de arrendamiento por 9.000 años.
Has leído bien. Nueve mil.
El contrato estipulaba que, hasta el año 10.759 d.C., la familia Guinness tendría derecho a usar esos terrenos pagando 45 libras anuales. Ni un penique más.
Sin actualizaciones de renta. Sin cláusulas de revisión por inflación. Sin posibilidad de echarle.
El papel más caro del mundo
Si vas hoy a la fábrica de Guinness en Dublín, verás el contrato original incrustado en el suelo del atrio, protegido por un cristal.
Es un documento amarillento, lleno de letra apretada.
La gente pasa por encima, le hace una foto y se va a la barra a por su pinta de cerveza negra. Se beben la cerveza y se ríen.
Yo, cuando lo vi, no me reí. Me quedé mirando la firma de Arthur.
Ese hombre aseguró el futuro de su empresa durante milenios por el precio de una cena.
Cuando Dublín creció y esos terrenos pasaron a valer millones de euros, los herederos del dueño original se tiraban de los pelos. Intentaron de todo para anular el contrato. Buscaron comas mal puestas, defectos de forma, leyes nuevas.
Nada.
El contrato estaba blindado.
Guinness siguió pagando sus 45 libras religiosamente mientras el mercado inmobiliario a su alrededor se multiplicaba por mil, por diez mil, por un millón.
Hace unos años, la empresa (ahora Diageo) compró finalmente los terrenos. No porque tuvieran que hacerlo, sino porque querían expandirse y simplificar la gestión.
Pero durante 250 años, tuvieron la sartén por el mango.
¿Podrías hacer tú un “Guinness” en España hoy?
Seguro que lo estás pensando.
“Voy a alquilarle el piso a mi tía Paca por 50 euros durante 200 años y así heredo el uso sin pagar impuestos”.
O quizás eres un empresario y quieres blindar tu local para siempre.
Bien. Tengo una mala noticia y una buena.
La mala es que no estamos en 1759.
Si hoy intentas firmar un contrato de 9.000 años en España, un juez se va a reír (por dentro, por fuera mantendrá la compostura).
Nuestro Código Civil exige que el arrendamiento sea temporal.
Aunque la ley no pone un límite exacto de años, la jurisprudencia entiende que un contrato “perpetuo” es nulo o, como mínimo, se debe convertir en algo razonable.
Además, tenemos una cosa llamada cláusula rebus sic stantibus.
Significa “estando así las cosas”.
Si tú firmas un alquiler de 50 euros hoy, y dentro de 100 años esos 50 euros no compran ni un chicle por la inflación, los tribunales españoles entienden que el equilibrio del contrato se ha roto.
El juez actualizaría la renta o rompería el contrato.
Lo siento. Arthur Guinness nos ganó la partida a todos.
La buena noticia
La buena noticia es que no necesitas 9.000 años para dormir tranquilo.
Lo que necesitas es lo mismo que tenía Arthur: un buen contrato.
Arthur no ganó por tener suerte. Ganó porque entendió las reglas del juego mejor que el dueño del terreno.
Supo negociar las cláusulas que importaban. Supo atar los cabos sueltos. Supo anticiparse a los problemas.
En Roda Abogados no te prometemos alquileres milenarios por 45 libras. Eso ya no existe.
Pero sí te prometemos una cosa: cuando firmes un contrato de alquiler, ya seas el dueño o el inquilino, sabrás exactamente qué estás firmando. Sin letra pequeña que te explote en la cara dentro de cinco años.
Porque esta historia es divertida, pero tu patrimonio es cosa seria.
Si tienes un local, una nave o un piso y quieres un contrato a prueba de sustos (aunque sea “solo” por 5 o 10 años), escríbenos.
Nosotros ponemos la letra. Tú pones la firma. Y la cerveza la pone Guinness.
Fuente de la historia
Puedes ver la referencia al contrato original en la web oficial del museo Guinness Storehouse. La realidad a veces supera a la ficción.


