
En 30 segundos
Vas a leer una historia real que me cabrea. Mucho. Es la historia de cómo alguien honesto ganó un juicio contra un gigante bancario y, sin embargo, acabó pagando dinero de su bolsillo. Te voy a mostrar cómo funciona la “letra pequeña” de quienes dicen defenderte gratis. Si estás pensando en reclamar a un banco, leer esto te puede ahorrar el disgusto que se llevó mi amigo Antonio. Eso, y mucho dinero
La historia de Antonio
Igual pensabas que Antonio y yo nos conocimos pleiteando en un juzgado. Pues no. Nos conocemos desde hace más de 30 años y lo que nos unió no fue el derecho. Fue la música. Sorpresa. Además de ponerme la toga, soy músico (toco el violín). Y Antonio también.
Hemos compartido miles de horas de ensayo, jóvenes orquestas, sinfónicas, grupos de cámara,…Antonio es ese tipo de músico que quieres en tu atril. Serio. Responsable. Buena gente. De los que se estudian la partitura antes del primer ensayo. De los que siempre tienen el lápiz y la goma a mano.
Hacía años que no nos veíamos, pero la vida nos cruzó hace poco. Entre sorbo y sorbo de café, poniéndonos al día, le conté que llevo media vida sentando en el banquillo a los bancos que se pasan de listos. Se le cambió la cara. —Joder, si lo llego a saber antes… —me dijo. Antonio había caído en la trampa de WiZink.
La típica tarjeta “revolving” que no terminas de pagar nunca. Una deuda que crece como la espuma mientras tú te ahogas. Hasta aquí, por desgracia, una historia normal. Lo que no es normal es lo que vino después. Antonio, agobiado por la deuda, vio un anuncio en internet. Uno de esos muy brillantes que te prometen el oro y el moro. Contactó con ellos. Un call center. Todo rápido, todo online.
Firmó un contrato digital sin mirarlo demasiado (porque, oye, son los “buenos” que van a ayudarte contra los “malos”). Demandaron. Y ganaron. El juez anuló el contrato por usura. Una gran noticia. La supuesta deuda de Antonio, que ascendía a unos 15.000 €, desapareció. Además, el banco tenía que devolverle los intereses pagados de más: unos 3.500 € en efectivo que debían entrar en su cuenta. Antonio estaba feliz. Había ganado.
Entonces llegó la factura de sus “salvadores”. La plataforma (el call center) le aplicó su tarifa: “un 20% sobre las cantidades recuperadas y la pérdida evitada”. ¿Y qué entendían ellos por beneficio? Pues todo. Sumaron la deuda cancelada (15.000 €) más el dinero recuperado (3.500 €). Total del “beneficio”: 18.500 €. El 20% de eso son 3.700 €. Haz las cuentas. Antonio recibe 3.500 € del banco. La plataforma le pide 3.700 €. Resultado: Antonio “gana” el juicio y tiene que poner 200 € de su bolsillo.
Antonio es músico, es serio y es buena gente. Fue buscando un escudo contra el banco y acabó recibiendo una puñalada por la espalda de quienes debían protegerle. Ganó el juicio, sí, pero se quedó con menos dinero y con la sensación de haber sido estafado dos veces.
La rabia contenida
Cuando Antonio me contó esto, se me desafinó hasta el alma. Sentí una mezcla de rabia profesional y personal. Porque yo sé que ellos (la plataforma) no se lo contaron todo a Antonio. No le contaron que, además de cobrarle a él esos 3.700 €, también cobraron las costas judiciales al banco.
Es decir, por un procedimiento estándar, esa plataforma se embolsó cerca de 3.000 € del banco (las costas) MÁS los 3.700 € de mi amigo. Casi unos 7.000 € de facturación por un caso que gestionó un software y un abogado que ni conoce la cara de Antonio.
Mientras tanto, a mí, me hierve la sangre porque esto no es abogacía. Esto es una fábrica de churros donde tú eres la masa. Para mí, un abogado no es una voz enlatada en un 902 ni un email automático que dice “noreply”. Un abogado es alguien que se sienta contigo, mira tus papeles y te dice la verdad, aunque duela. Alguien que, si ve que vas a perder dinero ganando el juicio, te avisa ANTES de firmar.
Yo no puedo evitar que existan estos macro-despachos que tratan a la gente como números de expediente. Pero sí puedo avisarte para que no seas el siguiente Antonio. Porque hay otra forma de hacer las cosas. Una donde conoces el nombre de tu abogado y él conoce el tuyo. Una donde las cuentas se hacen claras desde el principio.
Conclusión
Lo que le pasó a Antonio no es mala suerte, es un modelo de negocio diseñado para exprimir al afectado bajo la promesa de “lo gratis”. Si quieres entender de verdad la diferencia entre contratar a una fábrica de demandas o a un abogado artesano (y por qué lo barato sale carísimo), te lo explico con detalle y sin pelos en la lengua en este otro artículo, que puedes leer si haces clic aquí. Créeme, tu bolsillo te agradecerá leerlo antes de firmar nada.
P.D.: ¿Crees que esto termina con Antonio perdiendo dinero? Ni de broma. Ellos piensan que Antonio es solo otro número de expediente que paga y se calla. Se equivocan. Llevo días afilando el cuchillo. Ya tenemos la estrategia lista para devolverles la jugada. Esta vez la demanda no va para el banco. Va para el call center.



