
La historia: un notario, una anciana y un cálculo fallido
Hay gente que se cree muy lista. Especialmente en el mundo de los negocios y, a veces, por desgracia, también en el mundo del derecho.
Corría el año 1965 en Arlés, una preciosa ciudad al sur de Francia. Allí vivía André-François Raffray, un notario de 47 años. Un tipo que conocía las leyes, se sabía los trucos y estaba convencido de saber reconocer una oportunidad de oro cuando la tenía delante.
Un día, André puso sus ojos en un piso magnífico con mucha historia. La propiedad pertenecía a una tal Jeanne Calment, una anciana adorable que acababa de cumplir 90 años.
El cerebro financiero del notario empezó a hacer cálculos rápidos. Él estaba en la flor de la vida; ella, con 90 años, estaba teóricamente en la recta final. Las estadísticas estaban de su lado, así que le propuso un trato conocido en Francia como viager.
El contrato de viager o renta vitalicia: ¿en qué consistía?
Aquí en España nos suena más como renta vitalicia o compra de nuda propiedad. El acuerdo era simple: André no pagaría el precio del piso de golpe. En su lugar, le pagaría a la anciana una mensualidad de 2.500 francos.
Era como pagar un alquiler inverso. Pagas mes a mes una cuota y, cuando el dueño fallece, la casa es tuya sin desembolsar nada más.
André sacó la calculadora y se frotó las manos: “Tiene 90 años. Como mucho vivirá tres o cuatro más. El piso me va a salir regalado”. Parecía el negocio del siglo, una apuesta segura de un experto inmobiliario contra una abuelita.
¿Qué podía salir mal? Pues absolutamente todo.
El error de cálculo: ignorando el factor aleatorio
André cometió un error de principiante, uno de esos que se enseñan en tercero de Derecho pero que se olvida cuando la codicia asoma la cabeza: ignoró el álea (el azar).
Resulta que Jeanne Calment no era una anciana normal. Le gustaba el vino de Oporto, comía casi un kilo de chocolate a la semana y fumó hasta los 117 años. Sí, has leído bien. Jeanne no se murió a los 93, ni a los 95, ni a los 100.
Los años pasaban y André seguía pagando religiosamente esa mensualidad. Ese “alquiler” vitalicio empezaba a pesar como una losa sobre su economía. Pasaron 10 años, luego 20… y Jeanne seguía allí, tan tranquila, viendo pasar la vida y cobrando el cheque de André.
Las consecuencias legales: heredar una deuda vitalicia
Llegó el día de Navidad de 1995. Habían pasado 30 años desde la firma del contrato y, efectivamente, alguien murió. Pero no fue Jeanne.
Fue André. El notario falleció a los 77 años después de haber pasado las últimas tres décadas pagando por una casa que nunca llegó a habitar.
Pero la historia tiene un giro final aún más doloroso, porque los contratos hay que cumplirlos y las deudas se heredan. La viuda de André tuvo que seguir pagando la mensualidad a la anciana tras la muerte de su marido. No había escapatoria.
Jeanne Calment falleció finalmente en 1997. Tenía 122 años y 164 días. Se convirtió oficialmente en la persona más longeva de la historia de la humanidad, y la familia del notario terminó pagando más del doble del valor de mercado del piso.
Jeanne, con esa ironía fina que solo te dan 120 años de vida, dijo una vez sobre el notario: “En la vida, a veces se hacen malos tratos”. Qué elegancia para definir la ruina ajena.
Lección jurídica: riesgos en la inversión de nuda propiedad
Hoy en día está muy de moda la inversión en nuda propiedad. Vemos anuncios por todas partes invitando a “comprar la casa de un anciano por la mitad de precio”.
Parece dinero gratis. Parece fácil. Pero en Roda Abogados vemos lo que no sale en el anuncio.
Este tipo de operaciones son, jurídicamente hablando, contratos aleatorios. El Código Civil los define claramente: una de las partes se obliga a dar o hacer algo por un acontecimiento incierto. Lo incierto no es si va a ocurrir la muerte (eso es seguro), sino cuándo.
En el derecho, como en la vida, el tiempo es la variable más peligrosa. El notario apostó a que el tiempo jugaba a su favor y recibió una lección de humildad histórica.
No te digo que no inviertas. Tampoco digo que la renta vitalicia sea una mala herramienta; de hecho, para muchas personas mayores es una solución fantástica para tener liquidez. Lo que te digo es que no subestimes el riesgo.
Si estás pensando en hacer una inversión inmobiliaria compleja, o si te han ofrecido un trato que parece “demasiado bueno para ser verdad” porque implica herencias, usufructos o rentas vitalicias, frena un segundo.
No seas como André. Asegúrate de entender la letra pequeña y los riesgos reales.
Si necesitas que revisemos un contrato o te asesoremos sobre patrimonio inmobiliario para que no acabes pagando el piso más caro de la historia, ya sabes dónde estamos.
Fuente de la historia
New York Times, puedes leer la fuente de la historia si haces clic aquí.


