(Esta es la segunda parte de la historia, si haces clic aquí podrás ver cómo empezó todo).
Una verdad incómoda sobre las grandes empresas
Creen que el tiempo juega a su favor.
Saben que eres una persona ocupada. Que tienes familia, facturas que pagar, clientes a los que atender, una vida que vivir. Saben que tu paciencia y tu energía son finitas.
Y apuestan por ello.
Volvamos a nuestra historia. Tenemos a un comprador con un pedido confirmado y luego cancelado. Y tenemos ese mismo producto, de repente un 25% más caro, mirándole desde la misma web.
¿Cuál es el primer paso lógico? ¿El que daríamos todos?
Exacto. Reclamar.
Escribir un correo. Educado, pero firme. Explicando la situación. “Hola. Teníamos un acuerdo. Me confirmaron mi pedido a este precio. Ahora se cancela “por falta de stock”, pero sigue a la venta más caro y ahora, sin enviarlo a Canarias. ¿Podemos solucionar esto?”.
Es lo razonable. Es lo que haría cualquier persona que busca una solución simple y directa. Un intento de acuerdo extrajudicial. Un “vamos a arreglar esto sin necesidad de llegar más lejos”.
Y esperas una respuesta.
Quizás un “disculpe las molestias”. O un “ha habido un error en el sistema”. O incluso un “lo sentimos, pero nuestras políticas son estas”.
Cualquier cosa.
Pero, ¿qué obtuvimos a cambio?
Silencio.
Nada. Ni una respuesta automática. Ni un “hemos recibido su mensaje y le contestaremos en 48 horas”. El eco de un email enviado a un abismo digital.
Y aquí es donde mucha gente abandona.
El gigante ha levantado su primer muro: la indiferencia. Juegan a la guerra de desgaste. Te ignoran con la esperanza de que te canses. De que tu día a día te absorba y olvides esa silla, esa injusticia, esa sensación de que te han tomado el pelo.
Y, seamos sinceros, casi siempre funciona.
Pero a veces, la vida te pone en el camino a la persona equivocada para jugar a ese juego.
El silencio no fue el final del camino. Fue una respuesta en sí misma. Era el gigante diciendo, sin palabras: “No nos importas. No vamos a perder un segundo contigo. Abandona”.
Ese silencio fue el combustible. La confirmación de que no se trataba de un error, sino de una política. Y si su política era el silencio, la respuesta tendría que llegar desde un lugar donde están obligados a escuchar: un Juzgado.
La puerta del diálogo se había cerrado de un portazo. Pero acababan de abrir otra. Una que no les iba a gustar tanto.
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